Translated from Spanish by Ryan Greene


Llegaremos a las nubes.

Después de la gloria,
el estrépito.
Ni los primeros pájaros,
con sus escamas bajo las alas,
podrán bajar a lo profundo de este océano.

Ni en cráteres efímeros
nadarán tiburones.

Quién podrá mordernos
si no el perro,
su memoria es más furiosa que la del lobo.

No era el hombre el que caminaba
erguido por primera vez.
Era la rabia
del lenguaje
imposible en la lengua.
Inacabado.
Siempre hirviendo.

Era la callada miniaturista
pintando con lapizlásuli
y grana cochinilla
un fruto
prohibido.
No sé cuál.

La flor más terrible también ha sido navaja.

No había tierra ni mar ni cielo
ni curvatura en la espalda
que hiciera posible no temer.
Ni cuerpo sobre cuerpo.
Ni risa.
Los lagos estaban infectados de algas
y plástico.

Y todo estaba por arder.

Lastenia era el nombre de tu abuela.
Pero pudo ser el de una flor antigua,
el de una constelación:

El meteorito
de aquella explosión
que borró los primeros árboles,
que arrasó las primeras huellas.

¿Será posible llevar flores a tu abuela
y beber la última botella de whisky?
¿Será posible abrir botellas de champaña
y brindar en el cementerio
de este país que cada día pierde más los bosques
y se convierte en un cementerio entero?

Nación de duelos,
sembrados con las primeras semillas.
¿Qué flor antigua, qué gusano, qué mortaja de seda y saliva fuiste?


Lastenia era el nombre de tu abuela.
Podía ser también nombre de santa.
Pero no había santos
ni bien ni mal.  

Ahora abrimos una flor como quien disecciona un cadáver
en el laberinto de las autopsias.
Antes,
alguien también abrió el cadáver como una flor en el gabinete del botánico.

Esta es la verdadera margarita emocionante:
Asterácea de 47 millones de años.
Cayó sobre la piedra,
y sobre la piedra, cayó otra piedra
cubierta por de arena y polvo
siglo tras siglo
en los suelos de la Patagonia. 

El polen permanece 30 años en una hoja de papel
y 10 mil años en los estratos de la tierra.
Sedimento
más fértil que cualquier ser. 

En el año 600, el volcán Loma Caldera hizo erupción:
Dejó caer piroclasto a 10 kilómetros del cráter.
Sepultó una aldea donde
las mujeres cocinaban maíz, frijoles, yuca, calabaza, hongos y chiles.

En los surcos de las milpas crecían flores:
la dormilona [mimosa púdica], que se duerme al contacto con la mano,
mientras se dobla el maíz,
y la campanilla azul [ololiuhqui], [Coatl Xoxouhqui],
que serpentea en la vegetación y espera
el anuncio de las guerras.

Habían domesticado algunos animales:
los perros sin pelo, sagrados del Sol,
y algunas aves, como los patos, de los que comían sus huevos.
Decoraban sus jícaros con dibujos de cangrejos y monos.
También había ocelotes, jaguares y tigrillos,
y cenzontles que cantaban con 400 voces,
hasta que el piroclasto borró la aldea.

Y toda vida, casi.

Pasaron siglos.

Una gran capa de piedras extendida por kilómetros desde los conos de los volcanes
llegó a llamarse El Playón:
Sucesión de vegetaciones sobre lavas de diferentes edades.
Y ahí crecieron de nuevo:
los bejucos, los cactus y los agaves.
La flor de mayo [plumeria rubra]
y el tecomasuche [Cochlospermum vitifolium], flor amarilla de llamas. 

[“Se concebía al niño como una planta generada por los dioses”:
Notas sobre cerámica antropomorfa dedicada a la maternidad
de la colección del Museo Nacional de Antropología]

Miles de años después,
los antropólogos explicaban la relación de naturaleza y fertilidad:
la madre no podía ser ella,
era una rama del niño.
El niño tampoco era niño,
era más bien una planta.

La tierra era lo que había dejado el piroclasto:
piedra pomex, arena y ceniza,
y alguna figurilla
con forma de mujer,
rota por la violencia de las piedras antiguas,
separada para siempre de su hijo.

A nosotros, como figurillas,
la Historia también nos quebró, 
y no me dijiste nunca,
quién fue,
dónde te arrojó.

Miles de años después,
los antropólogos dirán
también
que aún te busco. 

Nada que no ha sido humedecido puede florecer.

[A Roque Dalton] 

[En memoria de mi abuela, Rosa Elena Martínez (1931-2017), quien me enseñó, cuando era muy pequeña, los fantásticos nombres de las flores.] 


NOTA DE AUTORA

Este poema está dedicado a mi abuela Rosa Elena Martínez (1931-2017) y a la memoria de Roque Dalton (1935-1975), asesinado por sus propios compañeros del ERP y cuyo crimen sigue impune.

También se inscribe en la memoria y el agradecimiento a Edy Albertina Montalvo (1928-2020), la primera mujer que se dedicó a estudiar la botánica en El Salvaodr y fundó el Herbario de la Universidad de El Salvador y el Herbario del Jardín Botánico La Laguna.

Este poema está basado en las investigaciones científicas de los arqueólogos Payson Sheets, Robert Dull, Paul Amaroli, Paul Daugherty; y el biólogo Pablo Galán en la revista Pankia.

La historia de los tiburones que nadan en cráteres me la contó Santiago Ambrosius Aguirre, Santi, en 2019. Entonces, él tenía 5 años.

El resto del conocimiento vegetal viene de mi abuelita, Rosa Elena Martínez, quien me enseñó, muy niña, los nombres de las flores, y quien también me enseñó a guardar flores prensadas en libros. Toda nuestra vida juntas recolectamos flores y hojas de los jardines de todas nuestras casas: la de la guerra, la de después de la guerra, y la definitiva, donde ella murió el 30 de noviembre de 2017.

Amar es hacer jardín.

We’ll reach the clouds.

After the glory,
the crash.
Not even the first birds,
with their scales under their wings,
will be able to dive to this ocean’s depths.

Nor in ephemeral craters
will sharks swim.

Who will be able to bite us
if not the dog,
whose memory is more fury-filled than the wolf’s.

It wasn’t man who walked
erect for the first time.
It was the rage
of language
impossible on the tongue.
Incomplete.
Forever boiling.

It was the silent miniaturist
painting with lapis lazuli
and cochineal red
a forbidden
fruit.
I’m not sure which.

The most fearsome flower has also been a knife.

There was no earth nor sea nor sky
nor curve to the spine
that made it possible not to fear.
Nor body upon body.
Nor laughter.
The lakes were infected with algae
and plastic.

And everything was about to burn. 

Lastenia was your grandmother’s name.
But it could have belonged to an ancient flower,
to a constellation:

The meteorite
of that explosion
which flattened the first trees,
which erased the first traces.

Could we bring flowers to your grandmother
and drink our last bottle of whisky?
Could we open bottles of champagne
and make a toast in the cemetery
of this country that loses more of its forests each day
as it transforms into one big cemetery?

Nation of griefs,
sown with the first seeds.
What ancient flower, what worm, what silk-and-spit shroud were you?

 
Lastenia was your grandmother’s name.
It could have also been a saint’s name.
But there were no saints
nor good or evil. 

Now we open a flower like someone dissecting a cadaver
in the labyrinth of autopsies.
Before,
someone also opened a cadaver like a flower in the botanist’s cabinet. 

This is the true margarita emocionante:
Aster from 47 million years ago.
It fell upon the stone,
and upon the stone, fell another stone
blanketed by sand and ash
century after century
in the Patagonian soil. 

Pollen lasts 30 years on a sheet of paper
and 10 thousand years in the earth’s strata.
Sediment
more fertile than any being. 

In the year 600, the Loma Caldera volcano erupted:
It dropped pyroclast 10 kilometers from the crater.
It entombed a town where
women cooked corn, beans, yucca, squash, mushrooms, and chiles.

Flowers grew in the cornfields’ furrows:
sleeping grass [mimosa pudica], which sleeps when touched,
while the corn bends,
and morning glory [ololiuhqui], [Coatl Xoxouhqui],
which snakes its way through the vegetation and awaits
declarations of war.

They had domesticated some animals:
hairless dogs, sacred Sun beings,
and some birds, like ducks, whose eggs they ate.
They adorned their gourds with drawings of crabs and monkeys.
There were also ocelots, jaguars and tigrillos,
and mockingbirds who sang with 400 voices,
until the pyroclast flattened the town.

And all life, almost.

Centuries passed.

A great sheet of stones stretching out for kilometers from the volcanic cones
came to be called El Playón:
Succession of vegetations over lavas of different ages.
And there they grew again:
the lianas, the cacti and the agaves.
The frangipani [plumeria rubra]
and the tecomasuche [Cochlospermum vitifolium], yellow flower in flames.


[“The child was conceived as a plant generated by the gods”:
Notes on anthropomorphic ceramics dedicated to maternity
in the National Anthropology Museum’s collection]

Thousands of years later,
the anthropologists explained the relationship between nature and fertility:
the mother couldn’t be herself,
she was a branch of the child.
Nor was the child a child,
instead, they were a plant.

The earth was what the pyroclast had left behind:
pumice stone, sand, and ash,
and some figurine
in the shape of a woman,
cracked by the violence of the ancient stones,
forever separated from her child.

We, like figurines,
were also broken by History,
and you never told me,
who it was,
where they tossed you.

Thousands of years later,
the anthropologists will say
also
that I’m still looking for you. 

Nothing that hasn’t been drenched can bloom.

[To Roque Dalton] 

[In memory of my grandmother, Rosa Elena Martínez (1931-2017), who taught me, when I was very young, the fantastical names of the flowers.] 


AUTHOR’S NOTE

This poem is dedicated to my grandmother Rosa Elena Martínez (1931-2017) and to the memory of Roque Dalton (1935-1975), murdered by his fellow members of the ERP and whose crime remains unpunished.

It was also inscribed in the memory of and thanks to Edy Albertina Montalvo (1928-2020), the first woman who dedicated herself to the study of botany in El Salvador and who founded the Herbarium of the Universidad de El Salvador and the Herbarium of the Jardín Botánico La Laguna.

This poem is based on the scientific investigations by the archaeologists Payson Sheets, Robert Dull, Paul Amaroli, Paul Daugherty; and the biologist Pablo Galán at the magazine Pankia.

The story of the sharks swimming in craters was told to me by Santiago Ambrosius Aguirre, Santi, in 2019. At that time, he was 5 years old.

The rest of the vegetal knowledge comes from my grandmother, Rosa Elena Martínez, who taught me, when I was very young, the names of the flowers, and who also taught me to keep flowers pressed in books. All of our life together we gathered flowers and leaves from the gardens of all of our houses: the one during the war, the one after the war, and the final one, where she died on November 20, 2017.

To love is to plant a garden.


Elena Salamanca is a writer and historian from El Salvador currently living in Mexico. She has published Tal vez monstruos // Monsters Maybe (2022), La familia o el olvido (2017 and 2018), Peces en la boca (2013 and 2011), Landsmoder (2012 and 2022), and Último viernes (2008). Her most recent books, Claudia Lars: La niña que vio una salamandra (2020) and Prudencia Ayala: La niña con pájaros en la cabeza (2021) are the first two volumes of her “Colección Siemprevivas” series dedicated to the stories of more than 40 women who were born or lived in El Salvador between the 18th and 20th centuries. Her work has been translated into English, French, German, and Swedish. Since 2009, she has combined literature, performance, memory, and politics in public space. She is a doctorate candidate in History from the Colegio de México, and her thesis investigates the relationships between Central American unity, citizenship, and exile. She earned her master’s in History from El Colegio de México (2016) and the Universidad de Huelva, Spain (2013).

Ryan Greene is a translator, book farmer, and poet from Phoenix, Arizona. He's a co-conspirator at F*%K IF I KNOW//BOOKS and a housemate at no.good.home. His translations include work by Elena Salamanca, Claudina Domingo, Ana Belén López, Giancarlo Huapaya, and Yaxkin Melchy, among others. His recent bilingual collections with Elena Salamanca include Landsmoder, which won the 2020 Stories Award for Poetry put on by Not a Cult, and Tal vez monstruos // Monsters Maybe, which was the inaugural title in the CLASH! chapbook series published by Mouthfeel Press. Since 2018, he has facilitated the Cardboard House Press Cartonera Collective bookmaking workshops at Palabras Bilingual Bookstore. Like Collier, the ground he stands on is not his ground.