Tr. Craig Epplin
Siege
For weeks now
I’ve been waiting.
I know they’re coming for me.
At dawn, at midnight
I check the doors and locks
and start over again.
The day goes
in getting things ready for them.
Inspecting rooms and hallways
every little crack,
I close down every corner of this house
where I can swear to you
they won’t enter.
I know all about their questions,
the secret crack they observe us through
and even so everything’s set, I know,
at the same time,
it all looks so demystified.
We have closed the doors,
we have closed our eyes and mouths.
I have closed again my eyes under my eyelids.
Beth’s tongue
If Beth asks about bread, someone says stone.
If it’s stone she’s after, she gets a soft silence.
Her life among the others is the story of mistaken language.
Beth grabs a handful of candies in the waiting room
slides one or two over her sleeping (dead) tongue.
She wraps it in centuries, the dense, indestructible cube.
She swallows another.
Beth’s tongue turns to stoppered sweetness.
Her overstuffed tongue emits an unbridled whistle.
The impatience of the nurse guesses what’s she means.
The impatience of the nurse pulls at Beth’s tongue and twists.
A knot of honeys,
a bundle of words, recently forgotten.
Down the halls the indifference of the nurse pushes,
drags, and grinds, but she doesn’t speak.
In the center of Beth’s tongue breaks an unknown thirst
From all excessive sweetness comes a bitterness without name.
The fall
I’m walking among people,
still in my dream, I finally awake.
It’s raining cats and dogs.
The passersby take shelter
from a rain that covers everything.
The child I’ve long expected.
As light as he is,
he might as well not be flesh
but fine and delicate clay
just beginning to pass through my hands.
I don’t look straight at him,
I don’t need to see him to know he’s there.
I cling to his weight,
all that’s left under
this raging water.
I stop looking for ways out
give up on finding a shelter other
than the chance to lose it all together.
Tree
Roots burrowing into the soil
branches spread in the air
the greatest achievement of my life
lives in the body of another.
This soft bark
once his trunk held in my hands,
is now a solid log.
Fed on sap running from stones.
Igneous material among branches.
Growth is a plant
it happens
in the direction of the sun
what opens in its presence
dies at its feet.
Inside the tree a stealthy creak
a call that only I can hear,
only has to do with me.
The harder you run when you go
the more your roots burrow into me
more into me,
more inside me your body as it disappears.
Cerco
Desde hace semanas
los estoy esperando.
Sé que vienen por mí.
Al amanecer, a medio noche
compruebo puertas y cerrojos
y vuelvo a empezar.
El día se consume
en disponerlo todo para su llegada.
Inspecciono habitaciones y pasillos
recorro cada resquicio,
clausuro cada rincón de esta casa
en la que puedo jurarte
que no entrarán.
Sé de las preguntas que hacen,
la ranura secreta por la que nos observan
y aún si todo esta intacto, lo sé,
al mismo tiempo,
lo veo todo desacralizado.
Hemos cerrado las puertas
hemos cerrado los ojos y la boca
he vuelto a cerrar los ojos adentro de los párpados.
La lengua de Beth
Si Beth pregunta por pan, alguien responde piedra.
Si piedra es lo que hace falta, a cambio recibe un silencio blando.
La historia de ella entre los otros es la de la lengua equivocada.
Beth recoge un puñado de caramelos en la sala de espera
desliza uno o dos sobre la lengua dormida (muerta).
Un ropaje de siglos envuelve el cubo denso, indestructible.
Se traga otro más.
La lengua de Beth se transforma en dulzura taponada.
Su lengua atiborrada profiere un desatado silbido.
La impaciencia de la enfermera adivina lo que dice.
La impaciencia de la enfermera tira de la lengua de Beth y la enrosca.
Un nudo de mieles,
atado de vocablos, recientemente olvidados.
Por los pasillos la indiferencia de la enfermera empuja,
arrastra y cruje, pero no habla.
En el centro de la lengua de Beth estalla una sed desconocida
De toda excesiva dulzura se desprende una amargura sin nombre.
La caída
Camino entre la gente,
adentro del sueño, finalmente despierto.
Llueve a cántaros.
Los transeúntes se someten al amparo
de una lluvia que lo abriga todo.
El niño que he esperado tanto,
ligero como es,
de pronto, ya no es carne
sino arcilla fina y delicada
que empieza a escurrirse entre mis manos.
No lo miro de frente,
no necesito verlo para saber que está allí.
Me aferro a su peso,
lo que bajo el agua que arrecia
va quedando.
Dejo de buscar otras salidas
renuncio a otro refugio
que la oportunidad de perderlo todo juntos.
Árbol
Hundiendo las raíces en la tierra
los ramajes en el aire
el mayor acontecimiento de mi vida
está en el cuerpo de otro.
Esta blanda corteza
que un día fue su tronco entre mis manos,
ahora es leño sólido.
Una savia de piedra lo alimenta.
Ígnea materia entre las ramas.
Crecer es vegetal
sucede
en dirección al sol
lo que ante él se abre
a sus pies se destruye.
Árbol adentro un crujido sigiloso
llamado que sólo yo percibo,
que sólo a mi atañe.
Mientras más recia es la pulsión de tu partida
más se hunde tu raíz en mi
más mío,
más adentro tu cuerpo que se aleja.